jueves, 9 de diciembre de 2010
La feminización del Estado
Idoia Rodríguez Buján ha sido la primera mujer soldado muerta “por España”, cayó en Afganistán, en 2007, defendiendo los intereses imperialistas del Estado español (y su alianza con EEUU) en ese país. El Ministerio de Defensa está en manos de otra mujer, responsable no sólo de las operaciones militares en el exterior, y del rearme del ejército sino de lo que sucede en cada cuartelillo de la Guardia Civil, dado que es un cuerpo militar, que depende de ese Ministerio, además del de Interior.
Estos hechos, entre otros muchos, rompen algunos tópicos y estereotipos, como el de que las mujeres son siempre pacifistas y
víctimas en las guerras, mientras que los hombres son belicosos y por ello las inician. Hoy, en La Legión, un cuerpo fundado por Millan Astray y perfeccionado por Franco, que ha sido considerado el reservorio de los disvalores machistas más repulsivos, más del 9% de sus miembros son “damas legionarias”, con iguales tareas y cometidos que sus compañeros, “caballeros legionarios”. En el conjunto de la tropa del ejército español las mujeres son el 18% pero la demanda femenina ha tenido un incremento anual sostenido del 60%. El 25%, en las Escuelas Militares, son alumnas y pronto comenzarán a alcanzar el grado de general las primeras que cumplan los requisitos de antigüedad y formación. El modelo español ha sido calificado de los más “progresistas” porque permite el acceso de las mujeres a todos los puestos, incluidos los de combate. En el Cuerpo de Reservistas Voluntarios las féminas suman casi un tercio de los 4.500 integrantes con que cuentan. Tales son algunos de los hechos.
Eso significa que en los próximos decenios muchos crímenes de guerra, actos genocidas y torturas serán perpetrados por mujeres
(hoy está ya comenzando a suceder) lo que hace tambalearse muchos de los presupuestos de un feminismo sexista esencialista y estatolátrico. No puede aceptarse el argumento de que las féminas están siendo usadas por el patriarcado como carne de cañón pues en la cadena de mando de las instituciones de la violencia estatal su número crece sin cesar. En los cuerpos represivos su presencia aumenta más rápido incluso que en el ejército y son ya el 56% de los aspirantes para la escala ejecutiva de la Policía Nacional, lo que significa que, en un futuro próximo estos cuerpos estarán mandados por mujeres a las que habrá que calificar como miembros de pleno derecho del Estado y ejecutoras de su política represiva.
La misoginia de los ejércitos es una ideología históricamente formada en un periodo muy específico. El Código Civil napoleónico de 1804 instauró un concreto sistema patriarcal parcial que respondía a las necesidades e intereses del sistema liberal estatal-capitalista en la época. Aquí fue servilmente copiado por el Código Civil de 1891. Estos textos legislativos institucionalizan la preterición femenina, y estatuyen la noción de familia como orden jerárquico, asentado, por tanto, en el desamor, en el que prevalece el varón. Pero tales privilegios fueron un regalo envenenado hecho a los hombres pues a cambio de ellos debían entregar sus vidas al Estado. Los ejércitos de Napoleón I eran un sumidero que consumió lo mejor de la juventud masculina europea en su época. Las mujeres estuvieron obligadas a parir hijos para las guerras de las elites mandantes como los hombres lo estaban a servir, y a menudo morir, en las mismas. La obligada segregación de los sexos que exigía la vida castrense imponía el ascenso de valores y prácticas depravados como el alcoholismo, la prostitución y la violencia entre iguales. De estos ambientes es de donde surge la misoginia, precisamente por estar excluidas la mayor parte de las mujeres de tales situaciones de las que sólo participaban hombres y prostitutas. Lo que vulgarmente se entiende por “macho”, es decir, un varón chulesco, violento, inmoral y misógino, es una creación sobre todo del ejército, por el que fueron forzados a pasar todos los hombres y no de la condición masculina en general.
Pero la esencia de los ejércitos no era la marginación femenina sino la afirmación coercitiva del Estado, su agresividad frente a todo lo que se le oponga en el interior y la lucha con las otras potencias por el control de los recursos mundiales. El machismo es un valor prescindible sujeto a las necesidades cambiantes del sistema y no forma parte de lo substancial de la institución. Hoy es posible encontrar entre los documentos oficiales de las Fuerzas Armadas auténticos alegatos feministas2 que resultan imposibles de interpretar desde los simplistas presupuestos del antimilitarismo de hace treinta años.
Durante los gobiernos de la socialdemocracia, de 1982 a 1996, se inició el ascenso imparable de las empresas multinacionales españolas que fortaleció y prestigió como nunca el capitalismo3 y su expansión neocolonial. Vinculado a ello se redefinieron los objetivos de la política de “defensa” en España. Tal política estaba destinada a favorecer el ascenso del Estado español como potencia imperialista4 y su primera traducción práctica fue la de cooperar con las operaciones de Mantenimiento de Paz (sic) patrocinadas por la ONU; para ello la creación de unas fuerzas armadas profesionales era un requisito imprescindible. El ejército de reemplazo era ya obsoleto en esos años pues la caída de la tasa de natalidad hacía prever una disminución notable de los soldados de quintas. Pero sobre todo había dos aspectos que lo hacían inviable, la percepción social de que tal institución representaba los principios del régimen franquista y era una amenaza permanente para la sociedad civil y la imposibilidad de desarrollar los planes neocolonialistas del Estado Español en la esfera mundial, pues en la guerra del Golfo, en 1991, se comprobó que el envío de efectivos militares fuera de nuestras fronteras era muy conflictivo con tropas de reemplazo5. La culminación del proyecto de ejército profesional encontró un escollo muy importante en la voluntad civilista de la sociedad española que repudiaba la vida castrense de manera que, si a principios de los años 90 del siglo pasado el número de objetores respecto al de soldados era del 14%, en los años finales del decenio llegó a ser del 93%, por ello un estudio de una fundación cercana a las instituciones estatales concluye que dada “la declinación de la disponibilidad de hombres de 18 años y el desinterés generalizado por la profesión militar, el mantenimiento de un número casi constante de aspirantes a las FFAA sólo ha sido posible gracias a la creciente participación de las mujeres en las sucesivas convocatorias”6. De ese modo en la actualidad se ha podido destinar a operaciones en el exterior casi 8000 militares suprimiendo el tope de 3000, que existía hasta 2008. En el caso de las mujeres son, además, unas tropas especialmente motivadas, entusiastas y entregadas a sus funciones, pues las consideran “liberadoras”.
Lo cierto es que si para el primer liberalismo la reclusión de las mujeres en la esfera doméstica era una necesidad política y militar7 de primer orden hoy sus objetivos exigen la “emancipación “ femenina de la cárcel del hogar, las mujeres están llamadas a servir al sistema no como madres sino como soldados y también como productoras en el sistema laboral. Estos cambios suponen una auténtica refundación del Estado que aumenta su capacidad de dominar y sojuzgar vistiéndose con un aura de libertador de las mujeres y otros sectores antes oprimidos. Este aspecto ha tenido una importancia decisiva en la percepción social del ejército que ha pasado a ser la institución mejor valorada de todas las del Estado según un sondeo del CIS en 2008, consiguiendo crear entre los ciudadanos la imagen de unas fuerzas armadas modernas y progresistas, feministas y humanitarias, cuyo mejor símbolo es la figura femenina, que para el imaginario social, tanto para hombres como para mujeres, sigue siendo expresión de pacifismo.
La capacidad para dotar al ente estatal de virtudes redentoras ha sido el objetivo esencial de la sociedad de la información, es decir, de la manipulación; en el asunto que nos ocupa el instrumento para acometer la vida interior de los sujetos y dirigirlos a su favor ha sido el feminismo de Estado, impulsado por el PSOE, que ha ido engordando y ampliando el Instituto de la Mujer, creado en 1983, hasta darle carácter de Ministerio, fundando, en un arrebato orwelliano, el de Igualdad, digno heredero, por otro lado, de la Sección Femenina franquista.
De las corrientes feministas existentes, el feminismo institucional ha ido extrayendo las ideas y argumentos para ganar a las mujeres a su causa y convertir a una porción sustancial de ellas en fuerza de choque del sistema. Puesto que las virtudes castrenses no habían formado parte del universo mental femenino en el pasado, su creación ha de ser calificada como muestra innegable de la potencia de los instrumentos de manipulación de las conciencias en la sociedad actual.
El odio es el decisivo estado de ánimo del soldado de los Estados, las guerras injustas solo pueden sustentarse en la hostilidad hacia el enemigo y la xenofobia 8, el odio, junto con el egoísmo han de ser la disposición anímica prevaleciente en la sociedad para llevar a efecto los objetivos del Estado, tener instrumentos poderosos de represión en el interior y de conquista en el exterior. El aborrecimiento irracional a los hombres ha sido, por eso, el camino por el que muchas mujeres se sienten realizadas en la vida militar. Esta emoción ha actuado como idea medular de cierto feminismo nietzcheano y fascistoide afín de forma ontológica al sistema. En “El Segundo Sexo” Simone de Beauvoir deplora la falta de agresividad de las mujeres pues “la violencia es la prueba auténtica de la adhesión de cada cual a sí mismo”, envidia la “voluntad macho de expansión y dominación” que pretende presentar como la esencia de la masculinidad, sin serlo, pues tal imagen depravada no puede representar al común de los varones sino a ese chulesco y provocador matón de cervecería que constituía las SA nazis, que es a quien la autora venera. Es ese sujeto machista gestado en las guarniciones militares quien se toma como ejemplo para reescribir la nueva feminidad, asumido ya que “el amor es el opio de las mujeres”9 la guerra por ansia de dominación pasa de ser abominable a considerarse natural. Por otro lado el feminismo institucional ha conseguido imponer la idea de que el salario es el principal instrumento de la emancipación femenina, de modo que la vida militar, si es profesional, o sea como mercenarias, se considera legítima. También se ha justificado la apetencia de poder como meta para las mujeres, lo que casa muy bien con la jerarquización de la institución militar.
Los instrumentos para conseguir esas fundamentales modificaciones en la idiosincrasia femenina han sido múltiples y complejos. Las teorizaciones feministas nietzcheanas se han dirigido a los sectores de mujeres preocupadas por su condición y con un cierto nivel intelectual, pero también se han difundido desde el cine, la novela, las revistas y la prensa, las “agencias de igualdad” dependientes del gobierno, la enseñanza, los sistemas de formación de las empresas, de manera que nadie, ni mujeres ni hombres, pueda sustraerse al perpetuo bombardeo de los dogmas oficiales.
Pero el enfrentamiento entre los sexos inducido desde arriba, que no es solo entre los sexos pues se extiende a la contienda general de los iguales, proporciona otro valor positivo para la expansión de los recursos militares del sistema. La depravación y desintegración de la vida social ha sido siempre el caldo del que se nutren las mesnadas militares y policiales. El ascenso de formas degradantes de vida y diversión en las que muchas mujeres han visto rasgos emancipadores es uno de los asuntos a tener en cuenta. Otro, sin duda, es el ocaso previsible, en los años venideros, de la familia, presentado por algunas corrientes pretendidamente radicales como un gran logro social, pero que es realmente hoy una de las aspiraciones fundamentales del sistema que consigue con ello eliminar la última institución que agrupa a los sujetos al margen del Estado y en el que todavía perviven, de forma imperfecta e incompleta pero muy real, los valores de la convivencia, el apoyo mutuo, el colectivismo y el desinterés. La desaparición de la familia no se produce en el marco del surgimiento de otras formas alternativas y superiores de vínculos sociales10, sino de la destrucción de todos los lazos que unían a las personas al margen de las instituciones gubernamentales y tendrá como resultado la constitución de un sujeto aislado de sus iguales, sin relaciones humanas relevantes que será por tanto, presa del Estado. No habrá, entonces, una red de parientes que se preocupen, que lloren o que protesten por sus hijos o hijas y hermanos o hermanas llevados a las guerras futuras, y los soldados (mujeres en un porcentaje cada vez mayor) podrán ser enviados a morir en cualquier parte del planeta.
El Ministerio de Defensa gasta algo de dinero en hacer publicidad de las facilidades que tienen las militares para ejercer su maternidad, pero es obvio que en una sociedad de alta natalidad, las mujeres afluirían menos al ejército, de modo que, en este asunto, como en tantos otros, se practica no la prohibición sino el adoctrinamiento que impide a los sujetos pensar y desear siquiera lo que no conviene al sistema. La función que asignó el primer liberalismo a las féminas en la reproducción para el mantenimiento del sistema productivo y el ejército ha quedado obsoleta en las sociedades de la modernidad tardía que, además de expoliar los recursos económicos del Tercer Mundo, han ampliado este saqueo a la explotación de sus recursos demográficos. De esta manera las mujeres en Occidente son dedicadas principalmente al trabajo asalariado y las funciones estatales (en el ejército, la policía, la judicatura, la enseñanza y los medios de adoctrinamiento entre otros) mientras en los países pobres otras mujeres están obligadas a parir hijos e hijas para ocupar la escala inferior en el sistema productivo occidental generando así un sistema de castas propio de las sociedades despóticas más aciagas.
En la actualidad cinco millones y medio de inmigrantes suplen a los niños y niñas no nacidos en el reino de España desde los años 80, unos miles lo hacen como tropa en el ejército español. Estas personas, nacidas y criadas en sus países de origen, ocasionaron un gasto tanto a sus familias como al Estado pero no serán productivos en ese entorno sino a miles de kilómetros, convirtiéndose así en uno de los más lucrativos negocios del momento actual. Por ello la maternidad, en occidente, no conviene al poder establecido y es denigrada, menospreciada e impedida por todos los medios a su alcance.
El más fundamental golpe a la maternidad viene de la manipulación de la psique femenina que ha producido un declive de las capacidades afectivas en un número creciente de mujeres que han reprimido y ahogado un elemento emocional, vinculado a su propia fecundidad, que en principio forma parte (en una gran porción de ellas) de su vida más íntima. Además han conseguido que, en el orden de prioridades, deseos y aspiraciones de las féminas el trabajo, la diversión, el dinero, el poder sobre los demás o cualquier minucia egoísta o placentera se encuentre por encima de la maternidad. Para las que no hayan sido completamente devastadas por la ideología dominante usan la coacción de las empresas, del entorno inmediato familiar y social (de personas asimismo adoctrinadas), y de los “expertos” (médicos, psicólogos etc.) que intervienen constantemente en la vida de los sujetos para imponer los intereses del capital y del Estado, entre otros. Se vincula el aborto a la “libertad” de la mujer, que es “libre” de abortar pero no de ser madre y se promocionan desde las alturas todas las formas de sexo no reproductivo, argucia fundamental para que la tasa de natalidad siga cayendo. Con todo ello el sistema está consiguiendo imponer sus intereses en lo demográfico a la sociedad para convertir a las mujeres en escuadrones dedicados a la producción, el consumo, la vida militar y policial.
Para fortalecerse el Estado ha modificado de forma esencial la cosmovisión de millones de sujetos femeninos ello hace que cada vez haya más mujeres en los aparatos de violencia estatal, además aparecen implicadas en casos de torturas, crímenes de guerra y actos similares. Ellas obtienen ahora de las instituciones estatales privilegios legales y económicos parciales pero ciertos11, del mismo modo que antes se les dieron a los varones, pero estas ventajas llevan aparejadas las mismas cargas que han portado los hombres históricamente, las de ir a las guerras y morir en ellas por las élites mandantes de sus países. En la compleja situación mundial actual no pueden descartarse conflictos bélicos de gran letalidad en el futuro que se acerquen a la Guerra Total, si tal hecho acontece los ejércitos profesionales serán insuficientes y los países implicados harán levas en masa a las que serán llamadas las mujeres, al igual que los hombres12.
El feminismo de Estado es hoy la ideología equivalente al patriotismo de principios del siglo XX; si aquella fue el alimento espiritual de una generación de varones que pereció por millones en los campos de batalla de la I Guerra Mundial (y poco después en la Segunda) ésta cumplirá la misma función para las mujeres en los conflictos bélicos por venir. Por ello esta ideología, que ha permitido la vinculación y apoyo de un importante sector de las féminas para los planes del ente estatal es un factor estratégico de primer orden que el sistema no permitirá que sea tocado sin una acción ofensiva feroz.
Las jerarcas del feminismo institucional, Carme Chacón, Bibiana Aído y María Teresa Fernández de la Vega entre otras, son culpables de la muerte de la soldado Idoia Rodríguez Buján y lo serán de la muerte en las guerras futuras, de miles (tal vez incluso cientos de miles) de mujeres, no ya soldados voluntarias sino muchachas que serán llamadas a filas por su quinta cuando el ejército profesional quede rebasado. Ellas son el enemigo principal de las mujeres en el presente.
En conclusión:
* El antimilitarismo de nuestro tiempo tiene ante sí la tarea de desentrañar, desde el análisis de lo real tales proyectos y desenmascararlos, pues conocer y comprender al enemigo es la precondición para cualquier estrategia. Las mujeres comprometidas con la libertad y la emancipación social tienen que sumarse a estas tareas
* El feminismo del pasado ha quedado obsoleto por los sustanciales cambios que el sistema ha introducido en la condición femenina y en la conciencia social por lo que tiene que ser revisado críticamente de forma colectiva por mujeres y hombres.
* Es necesaria la lucha contra todas las formas de segregación y división en el seno del pueblo fomentadas por el Estado de modo que mujeres y varones, hermanadamente unidos hagan frente al sistema tiránico actual en todos los ámbitos, también en la lucha antimilitarista.
María del Prado Esteban Diezma
Sacado de aquí: http://escletxa.org/
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